lunes, 19 de enero de 2009

CUENTO CHINO


Es muy común utilizar en nuestras conversaciones frases hechas que incorporan el toponímico “chino” entre sus palabras. Me suena a chino, por ejemplo, suele decirse de algo que no entendemos o desconocemos. Es un trabajo de chinos, se aplica para algo muy laborioso de realizar. Engañar como a un chino, se utiliza para hacer referencia al engaño sufrido por una persona muy crédula. Un cuento chino, se dice de un engaño o metáfora rancia y obsoleta. Como puede deducirse de estos cuatro ejemplos, recurrimos a la palabra “chino”, en nuestra lengua, para hacer referencia a circunstancias poco favorables, lo cual no tiene relación alguna, con ese inmenso país, de cultura milenaria, llamado China.
Aeropuerto internacional Pudong de Shanghai, obra del arquitecto francés Paul Andreu

Hace unos meses tuve la oportunidad de viajar por toda la parte oriental de China, conociendo no menos de una docena de ciudades y pueblos, que me causaron tal impacto que no he podido evitar contar mis impresiones en este rincón.
China es una república popular no democrática, dirigida por el partido comunista chino de manera dictatorial y en la que, tras la muerte de Mao Zedong en 1976, fue preciso superar la famosa Revolución Cultural de este carismático líder, que dejó al país sumido en el subdesarrollo, la corrupción y el descontento social. Empezó en ese momento la Era del Desarrollo Económico mediante la modernización de cuatro elementos claves, según los dirigentes chinos, la agricultura, la industria, la defensa nacional y la ciencia y tecnología. Este desarrollo económico se produce mediante una apertura del país al capital, representado por multinacionales y empresas de todo el mundo, a la vez que se mantiene un control férreo sobre las ideas sociales y políticas de la población, cuyos derechos están abolidos en gran medida.

Shanghai, más de 3000 rascacielos devoran la antigua ciudad

Estamos hablando de un país de 1200 millones de habitantes, con un salario medio que no supera los 150 euros al mes y que sin embargo ocupa el primer lugar del mundo en la compra de automóviles de lujo y lleva camino de convertirse en un plazo de menos de diez años en la primera potencia económica mundial. Probablemente el capitalismo ha encontrado su mundo ideal, producción a gran escala con salarios ridículos y fuerte control de los obreros que impide cualquier tipo de demanda social o laboral. No es de extrañar que en nuestro entorno aparezca el fenómeno de la deslocalización de empresas. Mientras tanto Europa, con un costoso estado del bienestar, bien arraigado entre la sociedad, ve cómo sus empresas se trasladan a China, donde obtienen grandes beneficios por su mano de obra barata, pagando el peaje impuesto por el gobierno chino, peaje que consigue subvencionar sus inmensas obras públicas y enriquecer a una élite social muy reducida.
En medio de este fenómeno sin precedentes pervive un país exótico desde siempre, en el cual encontramos contrastes de todo tipo, muy especialmente en su desarrollo, en la actitud ante el trabajo, en el respeto a las normas o en su propia idiosincrasia.

Muy cerca de las modernas ciudades los agricultores utilizan métodos rudimentarios

La sociedad china, encorsetada durante muchos años, quiere hoy ser moderna y se occidentaliza de manera acelerada, abandonando muchas de las tradiciones surgidas en más de 4000 años de historia. Las ciudades destruyen irremediablemente todo lo antiguo, dando paso a construcciones de diseño ultramoderno, incluidos los mayores rascacielos del mundo. Ciudades como Shanghai, con más de 17 millones de habitantes, apenas conservan un barrio antiguo y unos cuantos jardines y palacios de las dinastías imperiales. Los aeropuertos chinos son obra de los arquitectos más vanguardistas del mundo y suponen la primera imagen que sorprende al visitante en su llegada. Por el contrario, muy próximas a estas grandes ciudades y sobre todo en la parte occidental del país, se encuentran aldeas de agricultores inmersas en un subdesarrollo, tan solo comparable con el área más deprimida de África.
Trabajar en China es un deber y como tal actúan los chinos. Las inclemencias del tiempo no suspenden la actividad laboral.


Camareras formadas frente a su restaurante antes de iniciar el trabajo

Es posible ver cómo los trabajadores continúan su tarea bajo los efectos de una fuerte tormenta, con las calles convertidas en ríos de agua. En la ciudad de Xi’an pude comprobar cómo a las 8 de la mañana de un domingo la actividad en la calle era la de un día cualquiera, con todas las tiendas abiertas y los empleados públicos afanándose en tareas de limpieza y jardinería. El descanso o las vacaciones no parecen hechos para el pueblo chino. Debe ser difícil quejarse ante esta explotación laboral, cuando la represión es la norma y sustituir a un obrero, tarea fácil en un país superpoblado.
Los guerreros de Xi’an con más de 20 siglos de antigüedad

El descubrimiento de esas miles de fantásticas terracotas que conocemos como los guerreros de Xi’an, corrobora este hecho. El emperador Qin Shi Huangdi al inicio de su mandato, con tan solo 13 años de edad, durante la dinastía Qin, 200 años antes de Cristo, comenzó a construir el que sería su recinto funerario rodeado por todo su ejército, hecho en terracota y a tamaño natural. Sin duda, trabajo de chinos.
Los chinos son los reyes de la copia. Los últimos diseños de relojes, ropa, maletas o calzado deportivo pueden comprarse en el mercado de imitación de Shanghai o en el mercado de la seda de Pekín, a precios ridículos si uno domina el arte del regateo, porque de pagar el precio inicial, estaríamos siendo engañados como chinos. Es posible salir de China vestido de Armani, llevando un reloj Rolex y con la maleta Samsonite repleta de ropa deportiva Nike, por muy pocos euros. Este tipo de comercio fascina al turista occidental mientras las llamadas Tiendas de la Amistad, donde se venden los auténticos productos chinos, permanecen completamente vacías.
Las culturas orientales suelen ser muy respetuosas con sus mayores, sus superiores o con los que les visitan. China no es la excepción. Sin embargo, ese respeto que tanto nos sorprende, contrasta con el escaso o nulo respeto a normas de convivencia tan elementales como las reglas de tráfico o el turno de espera en un servicio público. En China los pasos de cebra reciben el nombre de “boca de tigre” porque en sus inmensas calles, abarrotadas de autobuses, automóviles, motos y cada vez menos bicicletas, con una enorme polución, reina la ley del más fuerte y el peatón es siempre la parte más débil. El número de víctimas de este caos es enorme y supone en estos momentos una de las principales preocupaciones de los dirigentes chinos de cara a consolidar la modernización de su país. Por lo general, los chinos son amables por naturaleza. Su sonrisa permanente significa algo más que la dificultad de comunicación que les provoca un idioma difícil, me suena a chino, y su mínimo conocimiento de otras lenguas. Sin embargo, no es excepcional encontrar chinos voceras y maleducados. En los aeropuertos puede verse cómo grupos numerosos de chinos, apretados unos a otros, sonriendo e ignorando a los demás, se saltan con total impunidad las largas filas para desesperación de los turistas.
La plaza Tian’anmen con la Ciudad Prohibida y la polución

La historia china, sus palacios, sus jardines o sus lugares de culto encierran historias o leyendas repletas de ternura, espiritualidad y sensualidad, quizás cuentos chinos. Así encontramos lugares como “La montaña que vino volando de lejos”, “La pagoda de la colina del tigre”, “El monasterio de las almas ocultas”, “El estanque florido de los peces dorados”, “El palacio de la paz y de la divinidad” y “La puerta de la habilidad divina”, o templos con enormes budas llamados “El buda feliz”, “El buda sonriente” o el padre de los budas, el buda Sakyamuni, hecho de madera de alcanfor y con más de 20 metros de altura. Cuando uno escucha estas leyendas o ve a un grupo de personas silenciosamente haciendo Tai chi, no puede sino traer a la mente esa otra sociedad en la que este país quiere desafortunadamente convertirse, copiando, como no, el estilo occidental, acelerada todo el día, que discute acaloradamente con quien le rodea, que solo tiene como acompañante fiel la botella de té colgando de su cinturón y el teléfono móvil y que ha hecho del consumismo su único dios.

Las pagodas de Guilin
Esperamos que ese gigante dormido, como se llamaba a China tiempo atrás, y que ahora despierta a ritmo frenético, sea capaz de conservar su fantástico legado cultural, aprenda a vivir entre los países desarrollados, permita un cambio social hasta ahora reprimido y no acabe arrollándonos al resto del planeta con su consumo incontrolado de materias primas y su destrucción del medioambiente.

Alfredo Jiménez Bernadó
Zaragoza, Junio 2006

EL CHOCOLATE: ALGO MÁS QUE UNA GOLOSINA

(En homenaje a Francisco Brescó, Benabarre)

El chocolate, la golosina más popular del mundo, ha sido puesta en entredicho durante años por sus supuestos efectos nocivos para la salud. Su capacidad de engorde, relacionada con su alto valor energético, y su asociación con la aparición del acné, hicieron de esta delicia una fruta casi prohibida para muchos. Hoy día se sabe que el chocolate nada tiene que ver con el acné y que el sobrepeso a que puede dar lugar ocurre en casos de abuso de su consumo. Por el contrario se sabe que los polifenoles que contiene actúan como agentes antioxidantes impidiendo el depósito de grasas en las arterias, está en estudio un cierto efecto que impide la proliferación de células tumorales y parece que contrarrestan los radicales libres que el organismo genera ante agresiones externas como son las infecciones, el humo del tabaco o la inhalación de sustancias contaminantes.
Son conocidos desde siempre sus efectos euforizante, antiestrés y afrodisíaco, por su contenido en glúcidos, magnesio y cafeína. Moctezuma lo consumía antes de visitar a sus esposas, Madame du Barry servía chocolate a sus amantes e incluso Casanova decía que el chocolate era una bebida más vigorizante que el champagne. Hay quien dice que el buen chocolate no solo tiene la virtud de alegrar sino que destierra la melancolía.


Chocolate en tableta de consumo actual

El cacao es el ingrediente principal del chocolate. Se obtiene del árbol Theobroma cacao (“cacao alimento de los dioses”) que crecía silvestre en las selvas tropicales de las cuencas del Amazonas y del Orinoco hace unos cuatro mil años. Sin embargo fueron los Mayas que emigraron a la península de Yucatán en México, en el siglo VII del calendario cristiano, los que comenzaron su cultivo. Las bayas del árbol del cacao son ovales y miden unos 20 cms de longitud, conteniendo cada una entre 30 y 40 semillas. Una vez maduras, las bayas se recolectan, se abren y se extraen las semillas que deberán secar al sol o en secaderos mecánicos, hasta que su contenido en humedad sea del 7%. A continuación se tuestan y se muelen convirtiéndose en pasta de cacao. Para hacer cacao en polvo, es necesario procesar la pasta y separar el cacao de la materia grasa, denominada manteca de cacao. A partir de aquí la producción del chocolate se hace mezclando cacao, azucar, manteca de cacao y aromas según las características que se deseen para el producto final.


Bayas y semillas del árbol del cacao

En el libro -Manual de Sibaritas- de Chantal Coady se dice que la proporción ideal del cacao en el chocolate debe estar entre 55% y 75%. Pero para determinar la categoría del chocolate es también importante la calidad de las semillas, la cantidad de azúcar y la suficiente presencia de manteca de cacao, en torno al 31%. El chocolate contiene también Lecitina, Fósforo, Hierro, Potasio, Calcio, Polihidroxifenoles y Vitamina E. Su valor energético es de unas 340 calorías por cada 100 gramos.

La historia del chocolate comienza con la llegada de los descubridores españoles a América. Parece que fue Cristóbal Colón en 1502 quien primero tuvo acceso, pero despertó en él poco interés. Hernán Cortés en 1519, en una recepción que le ofreció Moctezuma en las costas de Tabasco (México), fue obsequiado en vaso de oro con un bebida llamada Tchocolatl. Esta bebida llevaba cacao, maíz molido, vainilla, pimienta, guindilla y otras especias. En realidad se trataba de una bebida amarga que desagradó mucho a los españoles pero que los Aztecas ofrecieron a Hernán Cortés al confundirle con la reencarnación de Quetzalcoatl, su dios protector. Fue Hernán Cortés quien se dio cuenta del importante valor del cacao como alimento y como moneda de cambio. La introducción del azúcar de caña cambió su sabor y pasó a ser muy popular entre los colonos.

El secreto llegó a España en 1520, a través del Monasterio de Piedra en Zaragoza, cuyo Abad obtuvo la receta de Fray Aguilar, monje del cister que acompañaba a los conquistadores. En los años siguientes se extiende su consumo en la corte española, tomándose espeso para mojar el pan o pasteles, mientras que en la corte francesa se toma con agua, batido espumoso y bebido rápidamente. La eliminación de las especias de la receta azteca, a mediados del siglo XVII, consigue un producto muy similar al actual. Sin embargo, pese a su difusión por Europa, son los suizos François Louis Cailler en 1819 y Rudolf Lindt en 1840 los que realmente inician la fabricación de chocolate sólido, en tabletas. En 1875, otros dos suizos, Daniel Peter y Henry Nestlé inventan el chocolate con leche. Años después aparecerán los primeros bombones (bon bon = dos veces bueno), que realmente popularizan los americanos con el lanzamiento de los famosos “Little Kisses”.


Bombones Little Kisses

En Aragón la fabricación de chocolate tuvo gran importancia a lo largo del siglo XIX y parte del XX. Más de 20 fábricas llegaron a coexistir solo en la ciudad de Barbastro, con nombres tan conocidos como Hijos de Joaquín Huetas, cuya empresa se originó en 1868, Ignacio Sambeat, Chocolates Palá o Chocolates Acín. Sin embargo el empuje de las multinacionales, fabricando productos a más bajo coste y también peor calidad que la conseguida por los artesanos, hizo que todas ellas fueran desapareciendo hasta su extinción en los años sesenta y setenta del pasado siglo. La gastronomía aragonesa introdujo también este producto entre sus ingredientes y se hicieron populares las recetas de “Conejo o liebre al chocolate”, “Caracoles al chocolate” e incluso “Jabalí al chocolate”.


Envoltura de chocolates Acín - Barbastro

En la actualidad, Francisco Brescó, en Benabarre (Huesca), es la excepción. Ha logrado sobrevivir al empuje devorador de las grandes empresas y con sus variados productos, la calidad de los mismos, un afán innovador y el rescate de toda una cultura en torno al chocolate, ha conseguido romper el anonimato y saltar a un mercado más amplio. Desgraciadamente, Francisco Brescó nos dejó el pasado Abril, merced a un terrible accidente laboral, en un momento de expansión de su negocio. Sirva este artículo como homenaje a este empresario emprendedor que supo no solo rescatar un golosina sino que contribuyó a difundir toda una cultura ancestral en torno a este “alimento de los dioses”.


Chocolates Francisco Brescó - Benabarre

Basten para finalizar las palabras del jesuita y gastrónomo francés Anthelme Brillat-Savarin que escribió “Si un hombre ha bebido en exceso de las fuentes del placer, si le ha robado horas al sueño trabajando demasiado, si su espíritu ya está cansado, si siente el aire húmedo, las horas lentas y la atmósfera demasiado pesada como para aguantarla, si está obsesionado con una idea fija que le quita la libertad de pensar, si es una de esas desgraciadas criaturas, digámosle que se tome una buena taza de chocolate perfumado, y le ocurrirán maravillas”.

Alfredo Jiménez Bernadó
Zaragoza - Junio 2003.

ÁLBUM DE RECUERDOS

Volver la vista atrás suele ser propio de quienes hemos sobrepasado el ecuador de nuestras vidas. Tal circunstancia me sucede inevitablemente cuando vuelvo por las tierras de la Ribagorza Alta, de tal modo que nada más ver los recodos del río Noguera Ribagorzana y las montañas que le rodean, fluyen en mi mente recuerdos de unos años en los que la atracción de las grandes ciudades fue destruyendo no pocos rincones entrañables. Hoy que la tendencia parece estar cambiando, que muchos han emprendido el camino de retorno, que la recuperación de tradiciones está de moda, que la gente redescubre sus orígenes, cobran ante mí más fuerza imágenes, sonidos, colores, olores, sabores, incluso silencios de una época cuyos veranos viví en estas tierras.

Allá por los años sesenta y setenta poco teníamos, quizás mucha ilusión. Esta tierra veía discurrir el tiempo muy despacio, nos alimentábamos de esperanza, de largas noches conversando, de ese magnífico cielo estrellado de las noches estivales, del soplo del viento de Escales en la mañana. Verano tras verano, después de la emoción del reencuentro con los amigos, venían las horas compartidas, horas que llenábamos con caminatas por la zona, con los baños en las balsas de la Central, con paseos en bicicleta, con juegos de cartas, incluso con partidos de fútbol en la carretera. Sí, en la carretera. y es que en aquellos tiempos eran pocos los que por aquí transitaban. Cuando un automóvil se acercaba lo oíamos con tiempo debido al sonido cuadrafónico de estas montañas. El partido de fútbol se paraba, pasaba el seiscientos, el dos caballos o algún ruidoso camión, y volvíamos a nuestros intentos por hacer gol.
Eran las noches las que gozaban de un mayor atractivo, especialmente cuando se consiguió poner en marcha la célebre “La Mola”, antro con olor a humedad y sonido Creedence´s. Era la época de la psicodelia en medio mundo. Nosotros conseguimos tener al menos el sonido. Y así, transportados entre guitarras eléctricas, baterías estruendosas y voces desgarradas, pasaban las horas mágicas de la noche. Buscábamos más el calor humano que el satisfacer los instintos que empezaba a aflorar en nuestra piel.

Pero necesitábamos más. En una época de escasas libertades, teníamos que ensanchar el círculo. Había que salir, moverse. Al principio, todavía niños, eran los paseos hasta el contraembalse, luego, ya solos, las caminatas hasta el “cuatre” la tarde de los domingos. En su bar, ventana abierta al mundo, tomábamos un cacaolat o una San Miguel, y oíamos hablar en francés a los primeros turistas. Siguieron las excursiones a Castarné, al barranco de Miralles, la pesca de madrillas, los baños en el pantano. Cuando los más mayores tuvieron coche pudimos ampliar el radio de las hazañas y era el esplendor deslumbrante de las fiestas de Pont de Suert el que nos hacía esperar con impaciencia los primeros días de Agosto. Era la gran capital, el mercado, las ferias, la animación de las calles, las piraguas, el fútbol, pero sobre todo el baile de las noches. ¡Cuántas hormonas segregaron nuestras glándulas!.
Poco a poco las cosas fueron cambiando. Aquel aislamiento generó las primeras voces inquietas pidiendo mejorar la información, las comunicaciones, los servicios, el derecho a vivir con dignidad. Era ya la época de la democracia. Los años siguientes son la historia que contareis otros, otros más jóvenes que tal vez hicisteis los mismo, pero que tuvisteis la suerte de vivir la adolescencia en un mundo más abierto, donde la Ribagorza Alta también existía.
Hoy Sopeira parece otra, sus calles cuidadas, su alumbrado, las casas arregladas, las instalaciones deportivas, las fiestas de verano, grupos musicales, casa social, exposiciones, visitantes ilustres, incluso me ha parecido ver algún adosado. Son tiempos modernos, no se si mejores que los aquí recordados, pero son los vuestros, sobre todo los de los más jóvenes que debéis mantener viva esta comarca. No cometáis nuestros errores y tengan que ser los de fuera quienes os recuerden la solemnidad de estas montañas, el privilegio de vuestras raíces, el valor de las viejas costumbres, la vivencias de cuantos por aquí han pasado durante siglos. Mientras el cuerpo aguante nos adaptaremos a los cambios, contribuiremos a ellos, pero permitidme que al menos por un momento pueda seguir viendo aquellas imágenes, escuchar de nuevo aquellos sonidos, oler a humedad, respirar ilusión.

Alfredo Jiménez Bernadó
Zaragoza 2001